12 de agosto de 2018

Nadie dijo que sería fácil...



A veces pienso porqué, porqué me encuentro acá. Y entonces comienzo a recordar... las respuestas las encuentro en el pasado. Mis pequeños pies delante del televisor y mis ojos absortos de música y danza, las voces resonando en las paredes de mi casa. Y aún, sin tener mínima idea del mundo en el que me metía, bailaba, y mi cuerpo de menos de un metro y medio, se movía lentamente vacilando algunas palabras o creyendo que cantaba, cuando todavía no podía ni siquiera hablar bien. "Jugamos a la pelota? A las cartas? Nos trepamos a un árbol?","Y si mejor no inventamos una coreo, una canción o hacemos un show?" Cuando era pequeña, solía escribir mucho, diarios completos de dibujos, poesías, canciones... Podía encontrarme en cualquier momento, esperando que me vengan a buscar, mirando la ventana, sin poder dormir por la noche o hasta duchándome, y surgía, una melodía, un paso, mi propio show; en donde el micrófono era el shampoo y el público eran los azulejos del baño o una maceta afuera, un árbol a oscuras o en interior de mi habitación. Clases de danza de todo tipo de género, algún curso de teatro y profes de canto. Al crecer, los horarios se acortaban y ya no quedaba tanto lugar, para dedicar a amigos, cumples o fiestas, como lo hacían mis compañeros, porque los ensayos ya no eran solo los días de semana, sino que también los fines de semana y las muestras no solo a dos cuadras de mi casa, ni en lugares muy... estéticos.  Pero no me importaba, porque al terminar la función, una gran sonrisa se dibujaba en mi rostro y todo desaparecía cuando escuchaba aplausos y las luces apagarse. En el escenario todo era mágico. Cuando me alejé de mi pueblo para estudiar en La Plata, cargué una mochila llena de sueños, de cuadernos vacios para colorear, escribir historias, canciones, poesías y por qué no, dibujos. Pero ya no era tan fácil como antes, me encontré con escuelas más exigentes, horas delante de la barra, esforzándome ya con cansancio y dolor, alguna que otra lágrima porque el paso no salía, días que cantaba bien y otros que no me iba tan conforme con mi voz, las improvisaciones dejaban de ser un juego, y mi mente entendía las correcciones pero mi cuerpo hacía lo que quería, me tomaba todo mucho más en serio, la bendita exigencia. Exigir, exigir y exigirle al cuerpo para que de lo mejor.
Y ahí fue, cuando me di cuenta que el placer se estaba transformando, poco a poco, en frustración de querer siempre un poco más de lo que podía dar, de compararme con otros, de ser un número en una audición, de encontrarme en un ambiente re competitivo, pasar horas estudiando y haciendo horas de viaje, subtes y trenes para tomar clases y volver. Y mi cuerpo me dijo basta, o me enseñó que a si no tenía que ser. Y se me cruzaron ideas horribles, inseguridades, dudas, esas que aparecen cuando comenzas a preguntarte si estás haciendo lo correcto, si vas a algún camino concreto, si es para vos o no... Amigos y familiares preguntándome que estudiaba, cuantos años de carrera iba y cuantos me quedaban. Y ni hablar de escuchar infinitamente "Del arte no se puede vivir" "Es para unos pocos" "Te vas a cagar de hambre" "Que pena.. con el bocho que tenes".

Y cuando pienso porqué me encuentro acá, miro atrás. Me recuerdo escribiendo una canción a los 11 sin saber de música, cantando en el baño sin saber como colocar la voz correctamente, bailando en el parque de mi abuela sin saber las posiciones básicas de ballet, o animando el cumpleaños de algún familiar teniendo apenas 9 años, sin conocer ninguna técnica de actuación. En mi primera presentación de danza a los 7 años, de canto a los 13, o cuando a los 17, se me ocurrió actuar y hacer un monólogo frente a varias personas. Me veo ahora en una obra musical para algunos espectadores en otra ciudad, disfrutando con compañeros nuevos una clase de danza, de canto o actuación, conociendo profesionales del ambiente, otras maneras de enseñar, viendo todo lo que crecí, lo que mejoré y todo lo que me queda por aprender...  
Porque cuando me pregunto por qué elegí todo esto, creo que todo esto me eligió a mí sin ser consciente. Y a pesar del cansancio, de la dificultad, de los viajes, mis propios no puedo, decido seguir eligiendo lo que algún día sin darme cuenta, me eligió a mí. Elijo dejar de pensar si es para mí, para sentirlo, para ser feliz y seguir soñando. Y quizás más o menos pronto, algún día me encontraré respondiéndole a todas aquellas personas que me pregunten "y vos Luli, de qué trabajas?" De lo que me hace feliz: el arte.



No hay comentarios:

Hoy toca soltarte la mano...

... con la que me agarraste fuerte a los seis. Sé que muchas veces lo dije, muchas veces quise sentirlo y siempre me costó asumirlo. Encontr...